Bajo el peso de un cadáver antiguo.
- elprincipepalido

- 7 jul
- 5 Min. de lectura
Hace media hora empecé a cavar una tumba. Estoy cometiendo un crimen. Es de madrugada y estoy agotado: los párpados me pesan, el cuerpo me duele, pero estas son las horas adecuadas para hacer este tipo de cosas, ¿no? Nadie me ha visto, estoy seguro de eso. Supongo que la ropa oscura juega a mi favor. Me cuesta trabajo aceptar ser uno de aquellos tantos. Sinceramente, espero serlo, pues no quisiera ser el único que ha hecho algo así. El sudor no me da tregua: cada dos o tres minutos debo limpiar mi frente. Aun así, debo seguir cavando.
Vieja pala, ojalá pudieras enterrar esos momentos que se repiten una y otra, y otra vez más: su voz aún es tibia y camina por mis oídos, y esa mirada que aún me sigue viendo me hace sentir su ternura. Sin embargo, ahora estamos escarbando, ¿verdad? Aunque debo reconocer que me siento seducido por esos recuerdos, y eso me perturba.
La tierra, a mayor profundidad, se vuelve más oscura. Debe ser por la humedad… o tal vez por la esencia de muertos que aquí duermen: una pila de cadáveres descompuestos y remojados. Debo llevar cerca de un metro. La pala tropieza con piedras, corta raíces, y yo trato de no hacer tanto ruido. Pero una desesperación se cuelga de mis hombros. Si alguien me encontrara ahora, no entendería por qué lo hago. Mi cuerpo tiembla. No sé si es el esfuerzo o el miedo que se introduce por mis venas y me recorre el cuerpo sin piedad.
Pierdo la noción del tiempo. Ya no sé cuántas veces he hundido la pala en la tierra, y no sé cuántas veces más la debo hundir. Mi cabeza ya roza el borde de este agujero; mi altura casi mide su profundidad. Aun así, no parece suficiente. Sería un pecado encontrar a alguien tan cerca de la superficie.
El caer de las hojas me sobresalta. El impacto con el suelo es tan sonoro que las confundo con pasos. Me agacho a esconderme en este hoyo, y se siente como si este quisiera tragarme. Es estúpido, ¿no lo crees? Como si toda esa tierra suelta allá afuera hubiera llegado sola hasta aquí… como si la curiosidad no tuviera hambre de más gatos.
Hey, ustedes, cállense. Prohíbo que me miren así. ¿Qué podrían saber ustedes? Son insectos. Se arrastran y trepan por cadáveres y estiércol. Sí, lo sé… lo sé. Debería estar revolcándome junto a las lombrices, entre toda esa tierra que removí. ¿Desde cuándo ustedes se creen jueces?
El aire también me acusa. Es espeso y me sofoca. Tal vez es el calor... eso quiero creer. Mas no descarto que sea Dios y su mano. Es mala noche para venir: ni una sola nube, y las estrellas están observando. No creo que guarden el silencio junto a sus demás secretos. Saben lo que hago y sé que no dejarán de mirar. Así son ellas.
Traje un poco de agua azucarada. Tal vez me hace falta. La sed comienza a invadirme, y la falta de energía también. Bebo directo de la botella. Está fría. La levanto, miro al cielo, y siguen ahí. Cuchichean entre sí, lo sé: su parpadeo es distinto. Incluso mi botella suda junto conmigo. Somos cómplices en esto. Y, a pesar de eso, la bebida es deliciosa.
Me he saciado. No limpio el agua que escurre por mi barbilla. Debo continuar mi labor, pero el intento resulta inútil. El suelo se resiste: es más firme, más denso. Ya no cede como antes. La hoja choca con algo que no se rompe. ¿Madera quizá? Una tabla. La puerta de tu habitación. Desde aquí ya no necesito la pala: con mis manos bastará. La puerta es muy pesada, aun después de remover la tierra que la cubría. Sin embargo, no es rival.
Mírate: aún en la muerte, tu pálido color sigue siendo el mismo que tuviste cuando estabas viva. Sé que las cosas no se hacen así, pero veme: aquí estoy. Ha pasado tanto. Estoy cansado de esperar. Por eso estoy aquí. En aquel antiguo descenso en el que hace varios años estaba, tú me encontraste y me hiciste compañía. Me sacaste de ahí. Sé que no fuiste el ángel más hermoso de Dios, pero sí el más hermoso para mí.
Antes de venir, te escribí una carta. No sé si allá puedas recibirla, pero quiero creer que así será. Y, cuando le des lectura, tal vez puedas entender lo que estoy haciendo. La dejaré por aquí, en lo que preparo tu cuerpo. Esto se vuelve complejo debido a las condiciones en las que estás. Es extraño cómo la carne vieja se vuelve papel. Es difícil. No sé cómo aquellos —de los que ahora formo parte— pueden hacerlo, algunos con mucha más facilidad. Siento náuseas. Tal vez vomite. O no sé… tal vez mi grito o mi llanto se adelanten.
La noche se desvanece. Este vacío es extraño. Este momento me inunda con la reflexión. Debo dejar atrás esos pensamientos que no conducen a nada. Querida, ahora en tu descenso yo te encuentro, y estás aquí… pero no del todo. Esto no es correcto. Respiro hondo y busco un poco de valor, de ese que perdí hace ya tanto tiempo. Será la última vez que te vea.
Te traje un obsequio, aunque no sé si cumple con su motivo: un par de fotografías. En una somos nosotros, antes de que la infecciosa corrosión nos contagiara con sus minutos, con sus años. En la otra, nuestros hijos, iguales a nosotros en aquella primera imagen. Qué grandes ejemplares me diste.
Tu beso está helado y lejano. Aun así, me acercaré para darte mi calor, el poco que me queda. Tu piel, tan seca, se quiebra como una hoja vieja que cae. Mis dedos se hunden, y tu mirada —tan ausente— no vuelve a encontrarme. Espero no causarte dolor con mi torpeza. Sabes que, sin ti, siempre fui un desastre.
Mírame: me he roto una uña desenterrándote, mi cuerpo está exhausto, y me recibes con ese hedor. Es insoportable. Me revuelve el estómago. Es igual que aquel perfume barato que un día antiguo te regalaron, y que —por amabilidad—, a pesar de mi negativa, decidiste usar. Creo que este olor es más fuerte.
Mis lágrimas se mezclaron con las corrientes de sudor, y mis ojos arden. No sé si se deba al dolor, o al cansancio, o a un deseo imposible de tenerte otra vez. Sé que debía prepararme, y sí… lo hice. Sabía que tú morirías primero. Pero, aun así, cuando ocurrió, fue insoportable.
Te amaba. Aun así, te odié. Rompiste la primera promesa que, en nuestro principio, me hiciste. Y, aun muerta, eres hermosa. Tu cabello ha resistido los estragos del polvo y de lo que sea que se ha pegado a ti. Si arranco alguno, perdóname… ya nada los sostiene a tu cuerpo.
Después de haber cavado durante algunas horas, estamos juntos. Permite que me acueste a tu lado. Quiero hacerte compañía. Quiero que me hagas compañía, así como antes. Voy a cerrar la puerta. No quiero que ellas nos vean. Sé que no comparten mi juicio. Mejor vamos a dormir y dejemos que las estrellas sigan brillando.




Comentarios