Antes de que ese mar me ahogara.
- elprincipepalido

- 26 jun
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Actualizado: 1 jul
¡Oh, criatura de rostro genérico, lloras otra vez! ¿Será que te acecha uno de esos viejos males, de los más antiguos, de los que no mueren pero se arrastran? ¡Oh, no me digas! No gastes saliva: permite que lo adivine.
Pasaron tres siglos desde la última vez que invoqué en mi cerebro su función más gloriosa. No fue sencillo: el polvo llevaba años enquistado en surcos que alguna vez fueron viscosos.
¿¡Es por un muchacho!? Puedes darte cuenta del estado catabólico de mi rosada masa: deducirlo no es tan complicado. Sus ojos, incontinentes, me lo afirmaban. Tras un largo silencio —en el que mi única tarea fue observar— supe que había sido abandonada.
Aquella incontinencia —ya mencionada hace no más de unas palabras— me obligó a hacer uso de mis recursos para, con ella, lograr hacerme de un barco. De no ser así, mis pulmones estarían llenos de agua y sal. Casi sentí lástima por ella, pero mi sensatez advirtió a tiempo, antes de que ese mar me ahogara.
¡Te aferras a un ideal como una garrapata a un perro! Qué miserable debes ser para depositar en una sola persona toda tu esperanza de vida, toda tu ilusión de felicidad. El llanto cesó, y entonces, en su lugar, la cólera —melancólica— se hizo presente.
“¡Las garrapatas son parásitos, yo no soy un parásito! "Qué forma tan ingenua de defenderse, como si bastara con negarlo para dejar de serlo.
Cuánta razón tenía aquella supuesta desdichada. Pido perdón por la blasfema comparación; discúlpame por el insulto a tu nobleza, oh pegajosa arañita, perdóname.
Piojos y pulgas carcajean ante tu drama; te repudian. La garrapata huye de ti: no siente apetito por tu sangre. Cuánta razón tenías, desagraciada mujer. Incluso los más minúsculos carroñeros —esos que prosperan sobre lo podrido— te rechazan. Me arrepiento, incluso, de haber rozado la lástima.
Estábamos aquí para forjar la historia de alguien más. No la tuya. ¿Es tan difícil entenderlo? Solo tu madre permanece a tu lado, y no es el amor quien la retiene: es el miedo. Sí, sufre el temor que despiertas con la violencia de tu razón torcida.
Ni siquiera yo —que me considero malvado— sería capaz de lavar mis prendas sudadas sobre los tallos queratinosos de mi madre. Cuánta razón tenías, dama infame. No eras un parásito, ahora lo sé. A decir verdad, ignoro lo que seas; pero lo que fuiste no es bueno, por más que hayas querido creerlo.
Me tomaré la libertad —me creerás falso o contradictorio, y está bien— de sentir lástima; pero una lástima vomitiva.
Pero basta. Me he cansado de remar en tu fango. ¿No te he otorgado ya más importancia de la que mereces?
Con mi beso en tu frente, deseo que mis peores intenciones se cumplan. Con mi caricia en tu mejilla, que la suciedad de mis uñas te arrastre a la miseria.
Te dejo. Oh, vergüenza de mujer.
Tus lágrimas sin fundamento me agotan. Dormir, sin ti, me será más provechoso.




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